Las ganas de saciarte me arrebatan. Las golondrinas en el alambre nos ven desfilar por la nutrida calzada, me inspiras como instinto al tocarme, pienso en el tiempo que habrás tomado en calzarte. Llegamos al zaguán de una modesta pensión, ansioso por cubrir el piso sucio con tus prendas. Te adelantas, con un poco de asco estiras el pie arqueandolo al dar un paso y blandirlo al aire como la bailarina que eres, pides que cierre los ojos el instante en el que tus dedos ampollados asoman y los escondes. Los conozco como la luz del sol que nutre los brillos de tu cuerpo, corro las cortinas raídas y al percibir el vapor de tu intención a la distancia me impaciento yo también por descalzarme. La blusa que haces resbalar febrilmente descubriendo tus senos maduros. Me siento en la cama mientras te agachas frente a mí, tirando tu cabello al frente sobre mis rodillas. Descubres tus piernas. Desearíamos ser animales para no tener que amarnos. Tiras de mi ropa, conforme los botones de la camisa van rebotando sonoros en el piso, mi timidez masculina se va asomando y te confirman que aun no sé bien que es lo que quieres hacer conmigo. Clavas tus uñas en mi pecho al empujarme mientras te encaramas en mí y al hacerlo rozas las cúspides de las glandulas que te cuelgan del pecho. Puedo escuchar tu respiración de cerca. El algodón de tus bragas va absorbiendome con lentitud. Tu olor me agita. Tu calma me lo dice. Te gusta marcar mi piel con tu deseo. Hasta aquí me has arañado un poco más adentro de la piel. Donde quedan los rasguños que no pueden verse. Me aprietas triunfante entre tus manos. Ahora es mi turno de recorrerte. Me vuelvo hacia tí y veo tu pelvis tan fuerte. Quisiera deslizarme ya, pero se siente tan rico verte. Vulnerable. Confirmas mi entrega de poder, confirmo tu valentía de no someterte. ¿Qué es hacer un banquete del ser? Nos lamemos los labios como curándonos celosamente las heridas de otros besos. El deseo siempre nos alcanza. Caemos al vacío incontenibles. Dices quererme, que me oculte en ti. El resbalar gustoso de tus labios encontró su propio sabor en los mios. Descubro que llenas de tu presencia mis venas, sé muy bien como descargas tus memorias, en mí, a veces también el escucharte, me hace ser contigo una sola persona, aunque no nos retorzamos ni nos apretemos, como ahora. No es un comportamiento innombrable lo que me entristece al verte partir, me dijiste que siempre estarías para mí en esa esquina, bañas de saliva mi lengua, enmudezco para escucharte con mis otros sentidos. Aprieto los ojos consumidos por un rojo torrente. Mi cuerpo está relajadamente tenso. Todo se detiene a mil por hora. Planea la tenue luz por mis pestañas. Un millón de luciernagas flotando en el brillo de tu piel sudada. Te ruedan unas lágrimas que me desconciertan. Trato de calmarte para comprender que sucede. Ambos nos quedamos en silencio. Nos vestimos. —Tranquilo—, agregas; —total no somos nada—, rematas.
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