Pétrea y férrea voluntad,
que con el andar destramas,
en la impetuosa claridad del blanco,
que abusa del tono de tu piel,
con intenciones tan pardas,
como las oscuras madejas de tu pelo.
Libélula que con estos recuerdos cargas,
elevando contigo la nocturnidad,
de tus vitales ilusiones parcas,
que tiran de un inmutar del alma,
al sonar tu nombre impronunciable.
Perdidos como en la ilusión de encontrarnos,
nos buscamos en la oscuridad a tientas,
llevados a rastras por nuestros gritos orgullosos,
a las orillas de un mar que no se acaba.
Y remo,
inventando alguna palabra triste y simple,
inventando alguna palabra triste y simple,
que sin sufrir describa esta roja verdad que me desgrana:
La ausencia del tacto de tus manos.
Hasta de la forma de vestir me desnudaste,
ahora que es muy tarde para quedarme con el frío,
que me provoca el tormento quejumbroso,
que deja uno ir con el último chillido.
De los frenéticos besos ahora un clavel marchito,
que impacta de golpe en la cara,
dejando la realidad que bosqueja apenas,
pedazos del recuerdo,
que se elevara,
en una espiral de humo negro,
que emana desde el corazón incendiado,
del infierno de dos enamorados que ya no estaban.
Tus pétalos abiertos ya no me llaman,
a esconderme,
en el escandaloso jardín entre tus piernas,
mis lagrimas ya no se derraman,
sobre ningún falso escenario,
de tu obra prohibida.
Quédate tres vidas más,
a resonar en el lamento acústico de tus ues,
arrúllame con la ensordecedora tormenta,
que arrecia en la soledad de tu mirada.
Caminemos descalzos sobre los propios restos,
que hicimos de nuestra alma un estropajo.
Antes de que otro recuerdo renazca,
como el amargo fénix que razona,
aquel sueño que se hace ceniza para siempre,
me recuerdo olvidarme de tus dulces íes,
me recuerdo olvidarme de tus dulces íes,
mientras pronuncias tus últimos ayayaes,
que todo me lo daban.
0 LECTORES HAN OPINADO:
Publicar un comentario